Una isla salvaje en el sur de Alaska, a la que solamente puede accederse
en barco o hidroavión, repleta de frondosos bosques húmedos y montañas
escarpadas. Este es el inhóspito decorado que Jim ha elegido para fortalecer
las relaciones con su hijo Roy, a quien apenas conoce. Doce meses por delante,
viviendo en una cabaña apartada de todo y de todos, colaborando hombro con
hombro: parece una buena oportunidad para estrechar lazos y recuperar el tiempo
perdido. Pero la situación, poco a poco, deviene claustrofóbica, asfixiante,
insostenible.
Me ha parecido una lectura bastante rara, cruda y triste, no os la recomiendo.
Lo fascinante de “Aguirre, el magnífico”
(Alfaguara, 2011) es la capacidad de Manuel Vicent de convertir la vida de Jesús Aguirre en una excusa para echarse a andar por
los caminos de la memoria y la literatura porque lejos de homenajes y
celebraciones este libro tiene en su fondo la vida del decimoctavo duque de
Alba como mera estación de tren para partir a un prodigioso viaje.
Uno de los trayectos es el de la memoria. Vicent
recuerda, se ríe y hace reír, tira de nosotros para hacernos testigos de su
peripecia vital y en ese echarse por las calles del recuerdo nos hace parar en
cada esquina par dejarnos piezas sabrosas de vida que deberán incluir sus
biógrafos en el tocho que puede ser la biografía del escritor valenciano.
Podéis pasar un buen rato con este libro, es interesante y muy entretenido.